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domingo, 27 de noviembre de 2011

Estela

Luces, música y acción. La noche se desarrollaba sin percances, como tantas otras: grupos de amigas cotilleando, cazadores en busca de su presa y amigos chocando los cinco. Me gustaba aquel sitio. Las canciones eran conocidas pero sin llegar a ser la melodía repetitiva de moda. Tenía pensado irme pronto, en dos días me enfrentaría a un examen horrible de derecho constitucional. Desde pequeño odié el desorden y las normas sin explicación. Dicen que ser abogado es muy vocacional, que hay que currárselo para no ser uno más. Algunos creen que las leyes son áridas, a mi me gustan, lo razonan todo. Siempre he sido una persona con los pies en la tierra, he sabido mantener mis sentimientos a raya. Si el yo del pasado se encontrara con el yo de ahora seguramente ni se dirigirían la mirada, no se reconocerían.

Al caso, estaba a punto de despedirme de mis compañeros cuando alguien me dio un golpecito en el hombro. Era un amigo acompañado de una chica. Físicamente me pareció una personita curiosa. Era menuda, de mofletes marcados, enormes ojos verdes y largo cabello ondulado. No era un bellezón en el sentido estricto de la palabra, pero tenía algo. Se llamaba Estela, no salía mucho y era una enamorada de Freddy Mercury. No sé si fue el atontamiento del alcohol, que enseguida encontramos gustos comunes o que quería una excusa para no estudiar, pero me quedé. No unos minutos más, sino hasta que cerraron el bar. Me despedí de Estela con un remolino en la tripa, el que se forma cuando intuyes que has conocido a alguien especial. No en el sentido amoroso, eso vendría después. Simplemente una persona con la que sabes que harías muy buenas migas.

Pasaron las semanas, saqué un notable en el examen y me olvidé de Estela-o intenté no pensar en ella. Me culpaba a mí mismo por no haberle pedido el número, Tuenti, dirección de mail… ¡Algo! Anda que no hay chismes para mantener el contacto hoy día.  La suerte me sonrió un viernes, cuando el que me la había presentado me propuso salir con su grupo. Acepté sin dudarlo. Ella vino, otra vez el pelo suelto cayendo por los hombros. Sonreía poco pero cuando lo hacía, valía la pena detenerse a mirarla.

Así, intercambiamos números y comenzamos a “coincidir”. Lo escribo entre comillas porque siempre que veía la oportunidad  provocaba que mis planes se parecieran  a los suyos. Tras cada despedida se confirmaban más mis deseos de volver a verla. Ella mantenía las distancias, pero se le daba fatal disimular las miradas furtivas y los coloretes. La fuerza del destino nos hacía repetir; encontrarnos una y otra vez hasta decidir que era hora de dejar de perder el tiempo y quedar con ella, a solas.

Recuerdo la primera “cita”. Fuimos al cine a ver la última de Woody Allen. No ocurrió nada. Las siguientes fueron increíbles, lo pasábamos en grande: reíamos, filosofábamos, nos acariciábamos…pero nada. La intentaba besar y me apartaba la mirada o se encogía. Recuerdo que una vez me dijo “te prohíbo terminantemente enamorarte de mí. En el momento que eso ocurra, esto termina” Era la princesa helada de corazón impenetrable. Por mucho que me esforzara, nada le ablandaba. Eso cada vez me frustró más. Me zambullí en un círculo vicioso basado en la incertidumbre y el agobio ¿Le gustaba de verdad? ¿Jugaba conmigo? ¿Estaría enamorada de otro? Las tres ideas me mataban por dentro. Lo peor de todo es que cada vez que intentaba sacar el tema, ella lo evitaba.

Un día me dijo que no quería volver a verme más. Aquello me apuñaló el corazón. Volví a rogarle explicaciones, otra vez el silencio. Ocurrió algo insólito, rompí a llorar. Nunca había derramado lágrimas por una chica, pero esa maldita incertidumbre de amar a alguien que no puedes tocar me apuñalaba el estómago y el pecho. Ella se acercó a mí, me acarició el pelo, la cara. Era imposible que no me quisiera, lo sentía. ¿Por qué me hacía esto?

-Te advertí que no te enamoraras de mí.
-Es imposible, lo siento. Eres la única persona con la que quiero estar, lo creas o no. No sé por qué levantas esa muralla entre tú y yo, creo que te he demostrado ser digno de confianza. Si de verdad quieres dejarme, mírame a los ojos y dime que no me quieres.

Levantó la cabeza poco a poco. El corazón me latía a mil por hora. No sería capaz, no… Su mirada verde tristeza posándose en la mía. Brillaba con la luz de la luna proyectada sobre el agua. Abrió la boca, no quería escucharlo.

-Tengo SIDA

¿Cómo reaccionas a eso? Enseguida supe lo que debía hacer. Era ella, la mirada que había estado esperando. No quería a otra y la vida se vive más intensamente cuando sabes que te queda poco tiempo. Me acerqué a ella, le retiré el pelo de la cara. Estábamos más cerca que nunca, a distancia de labios. Dicen que el amor te vuelve loco de atar. Te hace creer que puedes mandar al traste toda tu planeada vida solo por ver a la otra persona sonreír, por su felicidad. Lo que estaba a punto de hacer iba a cambiar mi vida, pero si esta iba a terminar pronto, debía ser junto a mi Estela.

-Me da igual

Esta es mi declaración. Pasé tres maravillosos años con ella, pero la culpa terminó por consumirla y decidió desaparecer. No se perdonó el haberme arrastrado a esto, nunca entendió que la decisión había sido solo mía. Ella no me indujo a nada. Cuando leáis esto me hallaré en medio de la nada contemplando las estrellas. Una de ellas me recordará al brillo de sus ojos. Cada vez que miréis al cielo y la luna esté más brillante que de costumbre, seremos nosotros. Algún día nadie tendrá que pasar por esto.